Una chispa de nobleza, de fiereza, de fuerza y de pasión. Personalmente, no hay criatura del reino animal que sea más bella describir. Entre unas pinceladas de belleza y bravura que se den al unísono, ahí estás tú. El toro de lidia.
Taurus (latín). Animal mitológico. Descendiente del uro salvaje –bos taurus primigenius– que habilitó en los bosques de Centroeuropa.
Touro (gallego). En el siglo XVIII das ese salto. Te vemos pintado en cinco castas: Jirona, Navarra, Cabrera, Vazqueña y Vistahermosa. La raíz de las actuales ganaderías.
Toro (catalán). Bello animal. De colores, sí. Único ejemplar. Criado en un escenario, en tu hábitat natural, donde exhibes una incomparable carta de presentación.
Touro (portugués). Majestuoso animal. Arrogante. Codicioso y altivo. Tienes presencia, planta, estampa. Presencia y elegancia.
Taureau (francés). Causas admiración. Atraes. Impones respeto. Escalofríos cuando te arrancas. Y emoción con tu aspecto. Tal vez, también incertidumbre.
Toro (italiano). Seduces con altanería. Ya te admiraba el hombre que te cazaba y aquel que te veneró como animal sagrado de culto. Y apareces en las virtudes genéticas como símbolo de fecundidad y poder.
Toro (castellano). Dueño y señor de las dehesas extremeñas, charras y andaluzas. Qué hermoso se te ve. Ahí, pastando en sobrios parajes plagados de jaras, encinas y retamas.
Seas como seas. Desde tu pavoneo en el campo bravo en el que reinas, hasta tu mirada fija y seria, pasando por tu cornamenta astifina. Todo. Tú.
Musculado y variopinto en apariencia. Hábil y astuto en las carreras.
Ese eres tú.
El toro de lidia.
GLORIA GIL TALAVERO
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